sábado, 22 de febrero de 2014

John Surman - "Saltash Bells"

El disco que traigo hoy es uno de esos que son bastante indefinibles. Bueno, el artista en general es indefinible. Es catalogado como Jazz, sobre todo en sus trabajos con grupo. El problema es cuando nos trae trabajos como este, donde el único participante es él.

John Surman, nacido el 30 de Agosto de 1944, es un saxofonista, clarinetista y compositor inglés.

Definir el estilo de Surman es un tanto difícil. Su música claramente parte del Jazz. Por un lado, porque en sus discos con grupo el lenguaje e interacción van por ese lado. Su estilo y sonido claramente forma parte del denominado Jazz de cámara, un estilo que es representado principalmente por el sello al que pertenece este artista, ECM. Surman es, junto a Oregon, Ralph Towner, Eberhard Weber, Jan Garbarek, gran parte del trabajo de Keith Jarrett, entre otros, uno de los mayores exponentes de este estilo, caracterizado por composiciones con grandes influencias de música de cámara, folclore europeo, sobre todo inglés, incluyendo siempre la interacción de improvisación del Jazz.

Yo siempre sostengo que no importa el estilo musical que a uno le guste, uno puede ser objetivo y saber dar una buena opinión. No importa si su instrumentista preferido es de Rock o lo que sea, los mejores son SIEMPRE los de Jazz. Lo demás está entre en algo subjetivo y emocional. Pero la capacidad melódica, armónica e improvisatoria que tienen los artistas de Jazz es inigualable. Y obviamente Surman es uno de ellos sin lugar a dudas.

Es que, en mi opinión, Surman es uno de los mejores y más interesantes saxofonistas que se ha podido escuchar. No solo tiene una técnica y capacidad melódica impresionante, sino que tiene un estilo musical y forma de tocar muy personal, tiene su propio sonido. Uno lo escucha y al instante se da cuenta que es él. Yo creo que eso es lo que diferencia entre un buen instrumentista y un buen músico, cuando uno llego al punto que tiene un sonido propio, su propia voz.

Sin embargo, cuando entramos en sus trabajos solista, el lenguaje musical, aunque sigue partiendo del Jazz, incluye tantas otras cosas que ya no es posible catalogarlo como este estilo en su sentido más puro.

En estos, el instrumental es siempre saxo barítono y soprano, clarinete bajo y teclados, sumándose en ocasiones un clarinete alto o algún otro instrumento de viento. Todos estos son tocados por Surman. Los teclados siempre sirven como acompañamiento, dejando la verdadera magia para los instrumentos de viento.

En estos discos solista podemos encontrar siempre 3 tipos de temas.

Por un lado tenemos algunos con instrumento solista: una melodía sin acompañamiento, en momentos improvisada, en momentos compuesta.

Luego tenemos aquellos que usan, por lo general, varios de un mismo instrumento, haciendo gran juego con el timbre idéntico o parecido y así creando una polifonía polirrítmica que crea nuevas líneas melódicas por la mezcla de las originales. Estas composiciones carecen de improvisación y son minuciosamente compuestas. En varios casos son tocadas por un solo instrumento, estando éste conectado a un delay (un pedal que, luego de tocar una nota, la repite X veces con un intervalo temporal y de altura X) y así pareciendo que hay más de un instrumento, lo cual le permite jugar con la polifonía y polirritmia de otra manera.

Finalmente tenemos aquellas en donde hay una base instrumental, generalmente hecha por los teclados y en algunos casos algún instrumento de viento más, y Surman elige un instrumento de viento en el cual improvisará. Este es el caso donde más se acerca al Jazz. Claro, no es el lenguaje de Jazz más clásico, de ninguna manera. No nos vamos a encontrar con un Bebop, de ninguna manera. Pero es la improvisación y la comunicación entre las diferentes partes instrumentales que lo acercan. Es que como todos los lenguajes, a medida que pasa el tiempo, se va diversificando y se aleja de su origen, pero mantiene su esencia.

De estos discos solista, el más interesante y que más recomiendo es “Road to Saint Ives” de 1990. Es más, fue uno de los tantos que incluí en la lista de discos que recomiendo: http://hoboblues2013.blogspot.com/2013/12/117-artistas117-albumes.html
Aquí comparto con ustedes los 2 temas más interesantes de este disco, que a su vez deben ser de los más interesantes de toda la discografía de este artista. “Trethevy Quiot”: https://www.youtube.com/watch?v=0w-TVT6i5dw . "Perranporth": https://www.youtube.com/watch?v=dHDQEONh_Dk

El disco que presento en esta ocasión, “Saltash Bells”, lanzado en el 2012 (aunque fue grabado en el 2009), es el 7mo álbum de esta índole.

“Saltash Bells” se originó como una colaboración con el fotógrafo y cineasta Odd Geir Sæther, quien iba a hacer una especie de documental sobre el suroeste de Inglaterra. Luego de que fallara la producción de esta filmación, Surman decidió seguir trabajando en el álbum por su cuenta.

La música que se presenta en este disco no difiere en absoluto a lo que presentan los demás discos solista. Surman tiene varias facetas. Y su constante aporte a cada una hace que se vuelvan cada vez más ricas. Este álbum es un aporte más a ese mundo que ha creado con sus discos solista. Es un aporte más a ese incasable trabajo compositivo con este enfoque.

Estos discos son muy personales y particulares. Tienen la virtud de ser compuestas minuciosamente, con varios arreglos, sobre todo en aquellas que parecen ser hasta escritas. El lenguaje recuerda al Jazz, pero las influencias de música clásica de cámara y folclore inglés lo transforman en algo sumamente original.

El virtuosismo técnico es sorprendente, pero como es la gran virtud de todo instrumentista de Jazz, este no quita en absoluto la capacidad melódica de las líneas improvisadas. Por ejemplo, hay guitarristas de Heavy Metal que tocan a 1000 km/h, pero melódicamente no logran nada. Son un montón de notas tocadas a enorme velocidad. Si lo que uno busca es eso, virtuosismo, entonces está perfecto. Luego tenemos otros, como el querido Neil Young, que carecen totalmente de una gran técnica, pero tienen una capacidad de crear melodías que es inigualable. Para mí el punto máximo es cuando ambas 2 se unen: un virtuosismo técnico que lo deja a uno con la boca abierta, como si sacarán trucos y trucos de magia de un sombrero, pero que a su vez la capacidad de crear melodías es tan increíble que uno las puede cantar. No importa que sean super veloces y complejas, uno puede recordarlas.
 
John Surman es uno de estos últimos. Es que por el lado técnico, sus instrumentos se lo permiten, ya que el saxo y sobre todo el clarinete son los instrumentos con los que se puede llegar a una velocidad más alta. Son los instrumentos más versátiles desde este punto de vista. Y como son instrumentos melódicos por excelencia, ya que obviamente no pueden hacer acordes, o al menos no con la técnica tradicional, la parte melódica puede ser desarrollada al máximo. Y bueno, un hombre que ha tocado con grandes como John McLaughlin, Terje Rypdal, Jack DeJohnette, Dave Holland, Kenny Wheeler, Paul Bley, Gary Peacock, Tony Levin y John Abercrombie, entre otros, no es un hombre cualquiera.

Lo que se presenta en estos discos es una música muy paisajística, donde lo que se intenta es crear un escenario natural donde los diferentes instrumentos serían los sonidos del mismo. Sin ir más lejos, el mismo Surman menciona esto y los títulos de los diferentes temas, en su mayoría, son nombres de lugares geográficos. En cierto modo, lo que Surman intenta es plasmar musicalmente lo que le transmiten esos lugares, algo que poéticamente puede ser muy atractivo, pero que objetivamente no cambia nada, ya que, como siempre digo, esto se trata de algo totalmente subjetivo que puede obtener significado en uno si comparte la misma clase de símbolos que Surman, o en muchos casos, que usan símbolos más usados, los que la sociedad ha creado. A lo que voy es que ninguna música suena a la pradera, o a las montañas, o a la ciudad, o a un río. Son asociaciones, muchas por tradición, muchas por sinestesia, y otras muchas porque el título o descripción nos inducen a ello. Siendo objetivos, “Blowing in the Wind” de Bob Dylan suena tanto al campo como “Master of Puppets” de Metallica. Es más, tal vez es más pobre lograr esto si la idea es partir de estos símbolos, porque es simplemente tomarlos, componer en base a ellos y listo, uno es un compositor que “logra” recordar a ciertos paisajes con su música. Cualquiera puede hablar de amor usando la palabra “amor”. La magia está cuando uno no nombra el objeto.

El disco empieza con la melancólica “Whistman’s Wood”. Con una base constituida por un saxo barítono haciendo unas notas que van con cada cambio de acorde y unos sintetizadores con delay con un sonido de videojuego como el Super Mario Galaxy, la melodía es primero llevada por un clarinete bajo, luego cambian roles entre este y el saxo, y lo cierra un saxo soprano con una base en un volumen bastante más bajo. El tema, estructuralmente, es de aquellos cercanos al Jazz, por su progresión cíclica de acordes, la improvisación y la alternancia entre instrumentos para hacer sus respectivos solos.

“Glass Flower” es un tema para clarinete solista. También con un aire melancólico, aquí nos encontramos con un ambiente más desolado y contemplativo, en gran parte por el vacío que se produce por ser un instrumento monódico solista, pero sobre todo por la melodía de notas largas y silencios entre medio. La estructura es de “puente”, ya que empezamos con una melodía más lentas que de a poco va volviéndose más rápida, al punto de llegar a ser algo muy rítmico donde hay una simulación de 2 voces por los saltos repentinos del agudo al grave, volviendo finalmente a la lentitud del principio. De haber improvisación, esta no es muy evidente y sin duda debe ser muy restringida.

“On Staddon Heights” es la aventurera del disco. Estructuralmente se acerca a una pieza del Minimalismo de los ’60 y ’70, ya que se trata de una base modal de 2 acordes en la que de a poco se van agregando pequeñísimos detalles que le van dando más energía y tamaño, todo esto mientras que Surman improvisa libremente con su saxo soprano sobre estos 2 acordes . Es que Surman sin duda tiene influencias de este lenguaje musical, y  en especial al de Terry Riley, uno de los 4 pilares del Minimalismo junto a La Monte Young, Steve Reich y Philip Glass, quien ya por fines de los ’60 creaba una música de este estilo, una base repetitiva de sintetizadores donde él libremente improvisaba . A esta base creada por Surman se le van sumando percusión y un clarinete bajo cuya función es similar a la de un contrabajo en un Jazz de esta índole, además de otros detalles por parte de los sintetizadores.

“Triadichorum” empieza con 2 saxos moviéndose homófonamente (o sea, moviéndose simultáneamente y en una misma dirección) siempre a intervalo de 5ta justa (los intervalos siempre son la distancia entre una nota y otra. En este caso, se dice “de 5tas” porque entre el saxo más grave y el más agudo hay 7 semitonos, el equivalente a una 5ta justa. De tocar el saxo grave un Do, sonará un Sol más agudo por parte del otro saxo, ya que es la 5ta nota a partir del Do. De ser un Mi, será Si, y así con los demás casos.) Lo que sucede gracias a esto es una sola voz conformada por acordes incompletos, logrando así una melodía más rica e impredecible que de haber sido hecha por un solo saxo. Claro, esta melodía luego se repite una y otra vez, de forma que la impredecibilidad se va perdiendo, aunque no tanto por tratarse de una melodía bastante larga. Inteligentemente, Surman se da cuenta de que la melodía repetida, para el oído, se va transformando en una base ideal para improvisar, lo cual hace con otro saxo.

De “Winter Elegy” no hay mucho para decir ya que se trata de otra con una base electrónica donde Surman improvisa. Lo que cambia es el ambiente que se genera, con un aire mucho más alegre y amistoso, pero aun así bastante contemplativo. Aquí la base de sintetizadores y clarinete bajo es igual en todo el transcurso de la pieza. Sí vale decir que aquí se encuentra la mejor improvisación de todo el disco, llegando a un nivel técnico increíble donde las melodías cantables se vuelven más claras que en ningún otro momento del disco. Vale destacar la capacidad para llegar a unos agudos extremos en el saxo soprano.

“Ælfwin" nos trae otra pieza solista, esta vez con un saxo. Aquí el ambiente se encuentra en constante cambio. Mucho más movida e interesante desde un punto de vista armónico, aquí no se produce un vacío musical más allá de la falta de instrumentos (falta en comparación a los demás temas). El movimiento melódico del saxo es tan impredecible que podría empezar o terminar en cualquier momento. De haber sido una pieza clásica de la primera mitad del siglo XX, habría tenido un enorme valor. Hoy en día no por usar un lenguaje que poca innovación puede tener a esta altura.

“Saltash Bells” es una meditación de 10 minutos. Mientras que los sintetizadores hacen sonidos reminiscentes a campanas y además una nota pedal super grave, lo cual hace que la pieza logre ese estatismo, las participaciones de los vientos siempre van en dúo, 2 clarinetes, 2 saxos. Estas en casi ningún momento son de un carácter melódico tradicional. Se trata más de un entrelazado de ataques entre esos dúos donde no importa tanto lo que hace cada uno, sino la suma total, la suma de ataques. Es claramente una especie de paisaje sonoro donde se juega con la melodía indistinguible y la de carácter más tradicional.

“Dark Reflections” es la gema del disco. En este caso nos encontramos con una composición al estilo tradicional. Acá claramente todo lo que se escucha está previamente compuesto. Se trata de una pieza solista, saxo soprano solo. Sin embargo, lo que este toca es pasado por un delay cuyas respuestas son emitidas a intervalos de 0,33 segundos y a una distancia de 4ta descendente, o sea, si se toca un Do, suena un Sol más grave. Por un lado, la melodía es atonal, moviéndose libremente por el registro del instrumento, y con este agregado, lo que se escucha no solo se vuelve más rico, sino más complejo y deforme. Pero a su vez, debido a este delay, se forma un motivo rítmico inevitable. Lo que toca Surman ya es muy rítmico de por sí, pero el ritmo resultante, el ritmo de la pieza, termina siendo la suma de lo tocado con su respectiva respuesta. Es una pieza muy lúdica que en momentos puede recordar mucho a composiciones de Igor Stravinsky.

“The Crooked Inn” es un dúo de saxo barítono y soprano. Mientras que el primero, pasado por un delay pero con un volumen tan bajo que termina siendo más bien un detalle tímbrico y no un juego como en la anterior, hace una línea acompañante con un ritmo de marcha muy alegre, el soprano se dedica a dar la línea principal con un motivo que se usa a lo largo de la canción como punto de partida para improvisar. Es una canción muy infantil.

El disco cierra con “Sailing Westwards”, nuevamente con una base hecha por sintetizadores y clarinete bajo, pero esta vez se le une una armónica que sin duda logra darle un toque diferente a las demás. La ilusión de movimiento en esta no se da por la parte de la armonía, ya que la canción está eternamente en el mismo acorde, sino por el movimiento melódico de los diferentes instrumentos. Esta vez Surman elije solamente el saxo soprano para improvisar. Nos encontramos nuevamente con algo al estilo de Terry Riley, pero esta se encuentra muy cercana al Jazz, y gracias a esta combinación, más la inclusión de la armónica, recuerda mucho a algunas de las últimas grabaciones de Pat Metheny, sobre todo a “Orchestrion” y su obra maestra “The Way Up” junto a su querido Pat Metheny Group, donde Gregoire Maret toca incansablemente una armónica.

“Saltash Bells” cuenta con la cualidad de ser un disco super minucioso y en momentos complejo, pero super accesible a la vez. Sin embargo no es un disco para cualquiera. Es Jazz, pero a su vez no lo es. Lo es estructuralmente, pero musicalmente está bastante alejado. Y bueno, como he dicho, en momentos está más cercano (o más bien lo es) a una pieza clásica del siglo XX que a un tema de Jazz.

Sin embargo, ¿a quién le interesa qué es? Es música. Se escucha y si gusta, excelente. Con la alta evolución musical que ha habido en la historia, sobre todo en el siglo XX y sobre todo en la 2da mitad del mismo para la música popular, el pretender de que algo se mantenga dentro de los mismos límites no solo es ingenuo, sino de un conservadurismo inepto, innecesario y hasta soberbio. La música avanza, por suerte. Y cuantas más propuestas haya, mejor. Es Jazz. Si claro, no es Charlie Parker, no es Thelonious Monk, mucho menos Duke Ellington. Pero es Jazz. Es una rama producto de otra serie de ramas, pero la base está ahí. Además, y por sobre todo, Surman es un músico de Jazz. Cualquiera agarra alguno de sus discos con grupo y no hay forma que diga que no es Jazz. Lo importante es saber su procedencia: inglesa, o sea, europea. Entonces si somos más específicos y a su vez abarcativos, diríamos que es Jazz europeo. Eso es algo que existe, es algo aceptado por todos los expertos en Jazz y es hasta bienvenido por los grandes del Jazz americano. Sin ir más lejos, Keith Jarrett tuvo lo que se conoció como “el cuarteto europeo de Jarrett”, donde, salvo por él, todos eran europeos y el lenguaje obviamente se alejaba en gran parte del de procedencia estadounidense.

“Saltash Bells”, junto a los demás de Surman solita, es un excelente ejemplo de hasta donde se puede llevar el trabajo con solo una cabeza participando en absolutamente todo. Es una música bastante particular y rica que seguro tiene algo para aportarle a todo aquel que la escuche. Y nuevamente demuestra que Surman lleva siempre al máximo todo enfoque musical, tanto la composición como la improvisación.





Antes que el disco, les dejo aquí un increíble concierto solista de John Surman en el 2013: https://www.youtube.com/watch?v=Ix0I_--aork

Aquí les dejo todos menos 2 temas del disco:








HASTA LA PRÓXIMA


sábado, 8 de febrero de 2014

Tinariwen - "Emmaar"







Retornando al blog, esta vez les traigo nuevamente a uno de los actos musicales más interesantes de los últimos años, Tinariwen, que están a unos días de lanzar su nuevo álbum pero que ya puede ser escuchado en internet.

En el post en el que reseñe su disco del 2012, “Tassili”, cuento un poco sobre sus orígenes, los cuales son fundamentales para poder entender su música de verdad. Aquí dejo el link del mismo: http://hoboblues2013.blogspot.com/2013/06/tinariwen-tassili.html

Este nuevo disco llamado “Emmaar” será lanzado el 11 de Febrero. Aunque no nos vamos a encontrar con algo que nos sorprenda, ya que al tratarse de una banda que toca folclore tuareg, no va a tener ningún giro estilístico de 180°, sin duda nos trae un enfoque diferente de su música y esto no es por casualidad o por un planteamiento puramente artístico. Mucho le ha sucedido a la banda desde el lanzamiento de su próximamente anterior álbum y que sin duda condicionó en gran medida la música que se nos presenta esta vez. Aunque la historia es larga, intentaré resumirla sin perder los detalles más importantes. Y creo que estos acontecimientos cuentan la mitad de lo que se trata el disco, porque entender de verdad lo que es la música de Tinariwen no es simplemente escuchar su música, sino saber cual es su realidad, más que nada saber cual es su realidad.

A principios de Enero del 2012 empezó una guerra para que el área del norte de Mali, conocida como Azawad, lograra la total o mayor independencia del gobierno de Mali, de forma de que este finalmente se volviera una tierra independiente para los tuareg. El gobierno de Mali, desde hace décadas, nunca ha reconocido la independencia de los Tuareg, desatando matanzas masivas a los mismos y negándole sus derechos. Luego de esta batalla, los tuareg lograron tomar temporalmente el control de esa zona.

Por Marzo, el entonces presidente  Amadou Toumani Touré fue despojado de su puesto, justo un mes antes de las elecciones nacionales, por un grupo de militares que se hicieron llamar el Comité Nacional de Restauración de la Democracia y el Estado (CNRDR) y estos tomaron el poder hasta que considerarán que el país hubiera vuelto a una democracia digna de una elección presidencial.

Los rebeldes tuareg, ante esto, empezaron a tomar otros sitios, tomas ante las cuales, en realidad, la CNRDR no hizo mucha fuerza en contra. Luego de esto, se declaró que estos habían conseguido independencia de Mali. Pero debido a la facilidad en que la obtuvieron, hubo un enorme cuestionamiento del grupo militar que había tomado el poder.

Fue con esto que Ansar Dine, un grupo militante islamita que ha intentado imponer violentamente la Ley de Sharia (el código moral,  político, económico, sexual y religioso del Islam), empezó una larga y tortuosa pelea contra los rebeldes tuareg, logrando obtener el territorio ganado por los mismos y capturándolos.

Ya por el 2013, el gobierno de Mali pidió ayuda a fuerzas militares extranjeras, de las cuales las francesas fueron las que más participaron.  Al tiempo, el territorio tomado por los islamitas fue recuperado por el gobierno de Mali y se firmó un tratado de paz con los Tuareg. Sin embargo, los últimos levantaron la paz porque afirman que el tratado no había sido respetado por el gobierno y hasta entonces siguen en guerra y conflicto.

Durante la toma del norte por parte de Ansar Dine, hubo una enorme persecución y captura de tuaregs. Entre los más buscados estaban los miembros de Tinariwen, ya que se han transformado en líderes de esta comunidad.

Durante esta persecución, Ansar Dine logró capturar en Enero del 2013 a Abdallah Ag Lamida, uno de los guitarristas y cantantes de la banda. Los demás lograron escapar. Sin embargo, este ya fue liberado.

Debido a todo esto, obviamente el quedarse en su tierra natal, el desierto de Sahara, no es algo posible para la banda, o más bien inseguro. Mucho menos para grabar el nuevo álbum que tenían planeado.

La banda se trasladó a Estados Unidos para grabar el disco. Pero no fue en cualquier lugar. Debían encontrar una conexión con su tierra natal y la encontraron en Joshua Tree, un lugar no tan desértico como el Sahara pero si muchísimo más que una ciudad, en el desierto de California. Para grabarlo, construyeron un estudio en una casa del lugar. Las grabaciones duraron 3 semanas nada más.

En su álbum anterior, nos encontrábamos con un disco casi que puramente acústico, algo que los acercaba aún más al folclore tuareg, esa música grupal de fogata que más que un espectáculo artístico, se transforma en un ritual social. Los integrantes comentaban que se trataba de recuerdos de aquellos tiempos donde estaban en plena guerrilla y era la música la que evocaba una paz momentánea.

Por ese lado, era un retorno. La electricidad es algo fundamental del sonido de Tinariwen, pero tal vez no tanto espiritualmente. Es más una posición estética más que filosófica.

Sin embargo, debido a la participación de varios artistas occidentales, a quienes, por lo que parece, se les dejó contribuir desde su propio mundo, su universo musical occidental, la música en varios momentos parecía diluirse con las costumbres de rock y música pop carecientes de una identidad cultural. En muchísimos momentos nos encontramos con lo más folclórico de esta banda, lo más “tuareg” que uno podría escuchar. Pero en otros uno duda qué está escuchando, si acaso es música tuareg con unos toques de occidentalismo o rock acústico con pinceladas de algo exótico. Sin embargo, más allá de todo esto, la carencia de sobreproducción, ya que la música, sea lo que sea, es muy clara y sin casi capas de sonido que tapan descuidadamente aquello que podría hacernos creer que los tenemos al lado nuestro, nos traía un sonido genuino y puro y nos transportaba a los paisajes íntimos que deben vivir estas personas cuando se encuentren en fogata en el medio del desierto. Aún así, el enfoque compositivo es muy variado, por lo que las canciones se pueden distinguir fácilmente, algo que es típico en el enfoque musical de la música pop de procedencia anglosajona, y algo que hoy en día se ha tornado en algo valeroso y que en momentos es fundamental para medir la calidad de un disco.

En este disco, por el lado compositivo, es estrictamente folclore tuareg. Hay participaciones de artistas de rock, como Josh Klinghoffer, el ahora guitarrista de Red Hot Chili Peppers, pero estas participaciones no interfieren en el total compositivo. Es más, su carácter no es tanto melódico sino más bien textural, y como este es mínimo, suena más a una mano del lado de producción más que el instrumental.

A su vez, volvemos al sonido característico de la banda, ya que se trata de un disco puramente eléctrico, llevándonos al lado más rockero de la banda, tal vez el más en toda su carrera.

Pero antes de ocuparme de comentar todo lo positivo que le encuentro a este disco, que sin duda es muchísimo ya que se trata de una gema musical, además de que si no lo considerara bueno no lo compartiría ya que acá se trata de recomendaciones musicales y no de crítica musical, voy a hacer una crítica muy severa sobre lo que le está sucediendo a esta banda gracias a la industria musical, algo que no es culpa de ellos, ya que sucede con todos los artistas de cultura no-occidental.

El gran problema es que la banda se ha vuelto muy popular mundialmente. Esto suena un poco estúpido dicho de esta manera así que déjenme profundizar.

En el mundo está por un lado el mundo musical y por otro la industria musical, uno que nace de algo honesto y genuino (aunque obviamente puede caer en las manos de la avaricia) y el otro que nace de algo totalmente económico. Esto último significa que se ve a la creación artística como un objeto con capacidad de venta, un producto. Una industria, como tal, debe lograr que su producto logre el mayor número de ventas.

 Algunos, como el querido Dischord Records, se dedica a darse cuenta de cual creación tiene un valor puramente artístico y con esto ya alcanza para lanzar su disco, sean super vendibles o no. Otros, como todos los grandes sellos musicales, ven un poco esto, pero se dedican más que nada a ver cual de estas creaciones tienen un potencial de mercado, o sea, cuales tienen un elemento que puede ser encasillado dentro de las diferentes búsquedas musicales que hay.

En el caso de Tinariwen, el elemento es ser exótico, no occidental. El hecho de que sean nómades, sean del Sahara, vistan ropas extrañas para el ojo europeizado y toquen una música ritualista típica de una cultura bastante desconocida, le da TODO el atractivo para llamar la atención de aquellos que buscan fuentes musicales lejanas a su realidad. A todo esto le podemos sumar la importancia histórica de los integrantes de la banda: ex guerrilleros que hasta el día de hoy viven una realidad muy turbulenta y que mediante su música, portan el mensaje de paz de su pueblo.

Pero hay algo que es lo que le da la premiación implícita de promesa musical étnica: el hecho de que toquen instrumentos eléctricos y que, con la suma de sus claras y ya explícitas influencias de bandas de rock, su sonido sea muy cercano al blues-rock ya muy bien sentado en nuestro mundo musical, lo cual lo hace sentir muchísimo más familiar que la enorme mayoría de artistas y conjuntos musicales con una propuesta más cercana al folclore de su tierra.

Todo esto obviamente no escapa del ingenio de mercado de la industria musical y han sabido como explotarlo.

Al principio, era con imágenes e historias que se encontraban en los librillos de los discos, entrevistas y mini documentales de la banda, todo siempre decorado de una forma super poética para hacerlo más atractivo. Lo que podía ser una simple caminata por el desierto, en la escritura se transformaba en “un viaje en la soledad de la arena del Sahara mientras el viento de un atardecer sopla desde el horizonte”. Esto es algo que sucede en todos los artistas de esta índole cuando se los intenta vender al consumidor ajeno a esto: se le hace una “invitación” al mundo exótico, una “invitación a adentrarse  en estos mundos desconocidos y descubrir lo que se encuentra en lo más profundo de estas culturas”. Básicamente hacer sentir al oyente que está a punto de encontrarse con algo nuevo, un atractivo que crea la ilusión de que esa persona es ahora parte de una cultura a la que no pertenece y así sentirse alejado, por un momento, de su realidad citadina.

Luego, desde su 3er álbum, empezamos a notar que la producción de los discos es no solo más profesional, sino que esta rellena con varias capas de sonido. Esto se debió a que el éxito de la banda estaba creciendo y quienes venden su música ya no buscaban solamente como objetivo de venta a los aficionados de los folclores, sino a gente del rock, estilo al que, como dije, se lo puede vincular fácilmente. Y estos posibles nuevos oyentes no solo van a querer la música, sino un gran trabajo de estudio. Estos oyentes, generalmente, buscan una experiencia musical, algo que les permita viajar en su imaginación hacia otros lugares. Y la mejor manera de lograr esto es mediante un gran trabajo de producción de estudio post-grabación, de forma de que todo este nuevo imaginar al que puede conducir esta música ajena se vea facilitado mediante capas de sonido que logren un estilo de espacialización ficticio que difiere a la realidad sonora del mundo citadino y bueno, del mundo en general, pues este mundo sonoro creado tampoco es el mismo que viven estos artistas. Con esto, el “viaje” ya está totalmente preparado y solo hace falta ponerse unos auriculares y apretar el botón de Play para poder subir a bordo.

Lamentablemente esto es lo que ha sucedido con la banda y cada vez más. Obviamente la banda no tiene la culpa de esto, o al menos no del todo. Son víctimas de un monstruo mucho más grande que cualquier músico. No es culpa de ellos porque en sí, los medios no mienten sobre su realidad. Sin embargo, estos últimos saben muy bien que palabras elegir y como ordenarlas para que toda esa realidad sea mucho más atractiva y poética. Y la producción musical muchas veces no es decisión total del artista. No dudo que los integrantes de Tinariwen no quieran lograr esto, porque han comentado muchas veces de su entusiasmo tecnológico. Pero es verdad que con esto, de a poco su música puede ser víctima de una lenta dilución con componentes occidentales, acercándose cada vez más a la música pop hasta transformarse en una banda de rock con influencias tuareg.

En este disco sucede algo así. Por su carácter puramente eléctrico, parecería muy difícil no tentarse a un poco de sobreproducción. Aquí se puede notar claramente como, más allá de que son distinguibles los diferentes instrumentos musicales, hay un gran manto de sonido que nos crea un paisaje bastante onírico.

Pero hay algo que es verdaderamente molesto y asqueroso. El disco empieza con unas palabras EN INGLÉS, con un tono grave, tranquilo y meditativo, en las cuales nos describen lo que deberíamos imaginar: caminar por el viento, caminar por el agua, por el desierto. Esto es un claro ejemplo de lo que les comentaba anteriormente.

Todo esto que he dicho hasta ahora va más allá del disco y la música en sí. Es algo que considero muy importante para reflexionar y preguntarse si cuando uno escucha estas cosas, por un lado, si lo que a uno de verdad le gusta es esto ajeno o el hecho de que esto ajeno tiene un componente muy importante que lo asemeja en gran medida a lo que estamos acostumbrados a escuchar, y por otro, si somos conscientes de lo que estamos escuchando, o sea, no solo la música, sino todo este trabajo muy bien pensado para lograr atraparnos con lo exótico.

Dicho todo esto y dejando en claro el campo por el que creo que estamos caminando, ahora es momento de hablar del disco mismo, porque, más allá de lo que puedan hacer los sellos discográficos, en este caso, la mayor parte del trabajo está hecha por estos increíbles músicos.

Tinariwen, como comente al principio, ha estado viviendo momentos muy difíciles para su pueblo, al punto de que han tenido que alejarse de su tierra natal. Este dolor y pena son claramente reflejados en la música del disco.

La elección de un sonido eléctrico en su totalidad, al punto de que no se escucha una clara intervención acústica en todo el disco excepto en el último tema, no es casualidad. Es un sonido crudo, sucio y doloroso. Son guitarras con poca distorsión, pero la tienen, y eso le da un crujido que con una acústica sería más subjetivo.

Pero lo más importante es el clima triste y oscuro del disco. Excepto el penúltimo tema, “Emajer”, que es tal vez el más interesante ya que la percusión tiene un ritmo mucho más movido con ataques de menor duración y espacios entre uno y otro, dándole una idea más veloz de lo normal, son temas que invocan un ambiente desolado, de pena y dolor. El uso de la escala pentatónica menor, la conocida como la de blues, es el pilar de este logro.

Entonces nos encontramos con 11 temas super electrificados y con ritmos movidos pero densos, todos con un aire de momentos difíciles y tocados con la misma escala. Y gracias a esto sucede algo que no sucedía en los otros discos.

Al escuchar el disco de punta a punta, uno obviamente nota que las canciones van cambiando. Sin embargo, llega un momento en el que uno se pone a dudar si lo que está escuchando son diferentes canciones o son partes que constituyen una única gran canción.

Es que como dije, todas parten del mismo lugar emocional y todas están plasmadas de una misma forma, porque es así como lo sienten estos artistas. Entonces más que 11 canciones, podría verse como 1 sola canción con 11 variantes.

Es algo placentero, porque de una forma subjetiva, desde la magia y poesía de la banda, se logra de verdad experimentar un “viaje”. Y este no existe gracias a la producción de estudio de rock, ni el constante énfasis en que son nómades del Sahara, ni el uso de imágenes de su pueblo en sus vestimentas típicas o de los paisajes en los que viven, ni a la patética introducción anglosajona del principio, sino por el trabajo artístico, por la composición y musicalidad de estos músicos, por el concepto unificador que hay por detrás de todo este trabajo discográfico.

Y esto puedo afirmarlo ya que un amigo del alma, aquel con quien más comparto esta banda, me comentó exactamente esto sin que yo dijera ni una sola palabra. Y se trata de una persona que, por más que tiene un oído un poco más trabajado que la mayoría, no es ningún conocedor de teoría o estética musical. Su comentario nació puramente desde una percepción sin conocimientos de la materia.

Entonces aquí aparece algo interesante. Mientras que por un lado nos encontramos con un sonido eléctrico que es difícil desvincularlo del rock y por ende a la cultura globalizadora, por otro nos encontramos con un enfoque compositivo que nos lleva a la pureza del folclore tuareg y por ende al verdadero significado de un folclore, sea del origen que sea. Esto último se debe a que no hay una gran diferenciación entre tema y tema, prácticamente no la hay.

Las canciones se diferencian por sus letras, que obviamente no las entendemos, y entonces ahí de verdad entramos en lo que es la cultura tuareg. No se trata de lo que sucede en una canción y luego en la otra, no se trata de cómo se diferencian entre ellas, ni como están diferentemente arregladas, sino del conjunto, el todo, lo que se evoca.

Hay que partir de la idea de que son canciones de rituales sociales, y como en todo ritual, hay un principio y un fin del mismo. En una cabeza occidental, la canción funciona como un mundo propio. Puede haber una conexión entre todos los temas de un disco, pero cada tema tiene que funcionar por sí mismo, cosa que de ser desarraigada del resto, aún funciona. Aquí no sucede eso de ninguna manera.

Es interesante que más allá de un sonido rockero, si esto lo limpiáramos y lo dejáramos con un sonido puramente acústico, no nos encontraríamos con canciones, sino con un verdadero ritual. Empiezan a tocar, frenan unos segundos, vuelven a tocar, y así sucesivamente, pero en ningún momento lo percibiríamos como el comienzo de algo nuevo, sino como el retorno a aquello que ya había empezado.

Con “Emmaar”, Tinariwen logra crear uno de sus discos más personales, genuinos y sin duda más difíciles de escuchar, porque por más que el sonido nos es familiar, el desarrollo musical es muy homogéneo. Se crea un solo paisaje de principio a fin y la escucha es simplemente un recorrido por el mismo, pero este SIEMPRE se encuentra intacto. Siempre vamos a encontrarnos con el mismo paisaje en el mismo estado emocional, en el mismo momento del día. Es un paisaje estático.

Este nuevo álbum, que se transforma en el 6to de la banda, es, musicológicamente, uno de sus más importantes.

En su primer álbum, “The Radio Tisdas Sessions”, nos encontrábamos con una música muy pura, sin ninguna influencia ajena a la tradición tuareg más que la que la banda portaba desde un principio previo al lograr un contrato discográfico. Esto lo transformaba en su disco más valioso musicalmente, porque nos presentaban su música intacta, la esencia de la banda, y por ende, es hasta el día de hoy su disco más difícil de escuchar y sin duda el que más puede aportarnos.

Esta vez nos encontramos con un disco muy difícil de gustar verdaderamente. Obviamente, se puede escuchar fácilmente en mayor o menor medida, pero gustar de verdad, apreciarlo de verdad, es más difícil. Y es por todo eso que decía, pero por algo más también. El oído se ve confundido. Es muy interesante la dicotomía que se crea entre un sonido eléctrico, típico de rock, algo a lo que todos estamos acostumbrados, y luego un enfoque compositivo prácticamente invariante, emocionalmente estático, donde la diferenciación de canciones se va haciendo cada vez más difícil a medida que avanza el disco, transformando todo en una gran canción y por ende, creando una escucha cercana a los 60 minutos donde la división temporal no solo parece innecesaria musicalmente, sino que se vuelve imposible.

“Emmaar” es sin duda una verificación de la constante presión que ejerce la industria musical en la creación artística, pero es a su vez el primer trabajo conceptual de la banda y tal vez lo más cerca que vamos a poder estar de la banda desde un punto de vista social.





Aquí les dejo para que vean los 2 videoclips que han lanzado de este nuevo álbum:





Y aquí para que puedan escuchar el álbum entero online: http://www.theguardian.com/music/musicblog/2014/feb/03/tinariwen-emmaar-album-stream





HASTA LA PRÓXIMA!!!!!!